Matilda, la gata del Algonquin Hotel


Matilda es el miembro más joven de una dinastía de gatos que empezó en los años 30 en el lujoso Algonquin Hotel de New York, cuando un gato rondaba cerca de la puerta del hotel buscando comida y refugio. El director del hotel decidió adoptarlo y el gato pensó que era un buen sitio para quedarse a vivir, así que un día mientras observaba atentamente las idas y venidas de los huéspedes en el hall , como le gustaba hacer desde que había ido a parar allí, se detuvo frente a él un hombre. El hombre se agachó para observar de cerca al gato, cuando detrás suyo se oyó la voz del recepcionista: "Señor Barrymore, este es nuestro huésped privilegiado, aunque no se lo puedo presentar porque de momento no tiene nombre" John Barrymore, mientras observaba atentamente al gato sugirió "¿y qué les parece Hamlet? el príncipe Hamlet". Por que no podía ser de otra manera que el gato que residía en un hotel de Broadway no tuviese un nombre relacionado con el teatro. Y así el primer Hamlet fundó la dinastía de gatos Hamlet y gatas Matilda que ha sobrevivido hasta nuestros días. Matilda, al igual que sus antecesores, es un huésped privilegiado. Cada día Matilda se sienta en el chaiselongue reservado exclusivamente para ella, en un sitio desde donde puede vigilar cada uno de los movimientos que se suceden durante un ajetreado día en el hotel. De vez en cuando, se despereza, y va a estirar sus patas por el hotel, donde campa a sus anchas. Eso sí, tiene la entrada vetada al comedor y a la cocina.


Matilda celebra cada año su cumpleaños, donde invita a todos sus amigos gatunos. En uno de sus cumpleaños, cuando Matilda cumplía siete años, se rebeló. La fiesta estaba muy animada, y sus invitados habían llegado ya, todos con sus mejores galas, porque es un privilegio que Matilda te invite a su fiesta. Los gatos ronroneaban, satisfechos de encontrarse entre la crème de la crème de la sociedad felina neoyorquina. Matilda, sentada en su sillón, los observaba a todos, cuando la puerta de la sala se abrió y entró Jeròme, el camarero, con la gran tarta de cumpleaños. Todos los invitados dirigieron sus miradas hacia la puerta, mientras Jeròme entraba y se dirigía hacia Matilda. Dejó la tarta en la mesita enfrente del sillón de la gata. Matilda, paseó su mirada por la sala, observando a todos sus invitados; allí estaba Hale Bop, el gato más pretencioso que nunca había conocido; un poco más allá estaba Cherry, una gatita presumida que se paseaba por la sala como si fuese el centro de atención, como si esa fuese su fiesta. También estaban Américo, el gato obeso de una familia mexicana que se había instalado hacía dos generaciones en el Upper East Side. Angie, la gata de la anciana señora Vanderbilt, se podría decir que tan vieja como su dueña, que se dormía en cualquier sitio, ajena a cualquier cosa que ocurría a su alrededor. Diva, una preciosa gata persa, que desde que había llegado a la fiesta había atraído todas las miradas, para fastidio de Cherry. Y así hasta alrededor de 20 felinos, y ninguno de ellos era considerado por Matilda como su amigo. Matilda, viendo a todos sus invitados, se sintió de repente muy sola, y como es una gata caprichosa, decidió justo en ese momento que no quería pasar su séptimo cumpleaños con ninguno de los gatos que estaban allí. Así que se levantó, estiró sus patitas delanteras, y cuando todo el mundo creía que iba a dedicar un largo "Miauuu" a sus invitados para agradecerles su asistencia...Matilda pegó un salto y ante la mirada atónita de todos, cayó de cuatro patas sobre el pastel, un pastel que había costado cientos de dólares, y ahora Matilda tenía hundidas sus patas en él. Se hizo un silencio sepulcral, hasta Angie se despertó. Cuando Matilda vio que todos y cada uno de los gatos le estaban observando, saltó al suelo de manera que sus patas cubiertas de nata dejaron su huella en la moqueta de lana, y salió de la habitación dejando a todos boquiabiertos. Durante meses Matilda fue la comidilla de la alta sociedad felina pero a ella no le importó lo más mínimo...
Nota: parte de esta historia es real, el Algonquin Hotel existe, está en la calle 44, en el nº 59 entre la Quinta y la Sexta Avenida, y si vais a ese hotel también encontraréis a la gata Matilda, para probarlo aquí os dejo su cuenta de correo electrónico (matildaalgonquincat@algonquinhotel.com. ), y cómo no, tiene también una cuenta en Facebook (http://www.facebook.com/pages/Matilda-The-Algonquin-Cat/51291379554). Lo de que celebra su fiesta de cumpleaños cada año también es verdad, y en una de sus fiestas, exactamente la del 2002, saltó sobre el pastel, aunque realmente no se sabe qué le motivó a hacerlo.
Después de conocer la existencia de Matilda, cuando pienso en ella, me la imagino sobre el piano de cola del hotel, sentada con la misma elegancia que muestra en la foto, mientras Laura Fygi canta esta pieza:





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